LA
CIUDAD PERDIDA DE Z: UN SUPUESTO ASENTAMIENTO AVANZADO EN LA AMAZONÍA
Introducción
A lo largo de
la historia, la humanidad ha buscado incesantemente civilizaciones perdidas,
ciudades míticas que escapan a la verificación empírica pero que persisten en
la imaginación colectiva. Entre estas leyendas, la llamada ciudad perdida de Z
destaca por su ubicación en una de las regiones más inexploradas y biodiversas
del planeta: la selva amazónica. La idea de que una civilización avanzada pudo
haber prosperado en este entorno desafiante ha capturado la atención de
exploradores, científicos y narradores durante más de un siglo.
El principal
impulsor de esta búsqueda fue el coronel británico Percy Harrison Fawcett,
quien a comienzos del siglo XX emprendió múltiples expediciones en Brasil
convencido de la existencia de una ciudad antigua y sofisticada, oculta entre
el follaje impenetrable del Amazonas. Su desaparición en 1925, durante su
última expedición junto a su hijo, transformó la historia de Z en un relato tan
fascinante como trágico, cargado de simbolismos y especulaciones.
Más allá del
mito, recientes descubrimientos arqueológicos y avances tecnológicos han
desafiado la idea tradicional de que la Amazonía no pudo albergar sociedades
complejas. El hallazgo de suelos enriquecidos artificialmente (terra preta),
las trazas geométricas visibles desde el aire y el uso del escaneo por LIDAR
han abierto nuevas posibilidades en el estudio del pasado precolombino en la
región. En paralelo, la narrativa sobre Z sigue siendo objeto de interpretación
por parte de la antropología, la historia de la ciencia, los estudios
postcoloniales y los medios de comunicación.
Este artículo
examina la ciudad perdida de Z desde un enfoque multidisciplinar, abordando
seis dimensiones clave: la figura de Fawcett y sus motivaciones, la relación
entre mito y evidencia arqueológica, los indicios científicos recientes sobre
civilización amazónica, la comparación con otras ciudades legendarias, el
impacto de las expediciones occidentales sobre los pueblos indígenas, y el
papel de los medios en la difusión del mito. El objetivo no es solo valorar la
plausibilidad histórica de Z, sino comprender el papel que esta leyenda
desempeña en la construcción simbólica del “otro” y en la historia no escrita
de la selva amazónica.
Percy Harrison
Fawcett (1867–¿1925?) fue una figura paradigmática de la era de las grandes
exploraciones, marcada por una profunda fe en la ciencia empírica, una visión
eurocéntrica del mundo y una creciente fascinación por lo oculto y lo
espiritual. Miembro de la Royal Geographical Society, Fawcett combinó una
formación científica rigurosa con un carácter profundamente místico. Esta
dualidad se refleja en su obsesiva búsqueda de la ciudad perdida de Z, una
expedición que desbordó los límites de la geografía para convertirse en una
especie de cruzada personal.
Desde una
perspectiva científica, Fawcett se apoyó en una serie de documentos coloniales
—como el llamado “Manuscrito 512”, encontrado en la Biblioteca Nacional de Río
de Janeiro— que hablaban de ruinas antiguas en el interior del Brasil.
Consideraba que estos textos, junto con su experiencia en misiones
cartográficas en América del Sur, ofrecían indicios razonables sobre la
existencia de una civilización precolombina avanzada, capaz de erigir
estructuras urbanas complejas. Su aproximación a la exploración, sin embargo,
se alejaba del método sistemático de la arqueología moderna y tendía hacia una
interpretación personal, incluso mesiánica, del descubrimiento.
En términos
ideológicos, Fawcett encarna una de las contradicciones del colonialismo
tardío: por un lado, repudiaba el racismo explícito de sus contemporáneos y
afirmaba que los pueblos indígenas amazónicos poseían una inteligencia y una
cultura subestimadas por Europa; por otro, su visión de “descubrimiento”
implicaba inevitablemente una jerarquía epistémica, en la que el conocimiento
indígena solo adquiría valor si era refrendado por la mirada occidental. En
este sentido, Fawcett se sitúa a medio camino entre el reconocimiento del otro
y la apropiación simbólica del territorio ajeno.
También debe
considerarse la dimensión espiritual de su búsqueda. Fawcett no solo creía en
la existencia física de Z, sino que la asociaba con una forma de civilización
superior, quizás relacionada con Atlántida o con una sabiduría ancestral
perdida. En sus escritos se percibe una inclinación hacia el esoterismo y el
pensamiento teosófico, especialmente en sus últimas etapas. La ciudad de Z no
era, por tanto, solo un destino geográfico, sino una promesa de redención
civilizatoria y personal.
En síntesis, la
búsqueda de Fawcett no puede reducirse a una empresa exclusivamente científica.
Fue, al mismo tiempo, una expedición geográfica, una misión espiritual y una
expresión de los mitos coloniales de su época. La figura de Fawcett se
convierte así en un símbolo ambivalente: explorador riguroso y soñador místico,
crítico del imperialismo y al mismo tiempo producto de él.
2. Relación
entre mitología amazónica, arqueología y narrativa occidental en torno a la
ciudad perdida de Z: ¿Hasta qué punto se entrecruzan mito y evidencia?
La construcción
de la leyenda de la ciudad perdida de Z se sitúa en un cruce complejo entre las
tradiciones orales de los pueblos indígenas amazónicos, los relatos coloniales
y las proyecciones culturales de Occidente sobre territorios considerados exóticos
o inexplorados. En este contexto, la frontera entre mito y evidencia empírica
no es estática, sino permeable y constantemente negociada.
Diversas etnias
amazónicas poseen mitos sobre ciudades sagradas, lugares de origen o centros de
poder donde habitaron los “antiguos”. Estos relatos, que pueden incluir
descripciones de estructuras monumentales, caminos rectos en medio de la selva
o “seres civilizados venidos del este”, han sido tradicionalmente descartados
por el pensamiento occidental como ficciones sin base histórica. Sin embargo,
en muchas cosmovisiones indígenas, la distinción entre historia, mito y
territorio no se corresponde con las categorías europeas. En consecuencia, los
mitos no deben entenderse como falsedades, sino como formas legítimas de
conocimiento cultural y memoria colectiva.
Por otro lado,
la arqueología occidental, particularmente en su fase temprana, tendió a
descartar la posibilidad de grandes civilizaciones en la Amazonía por
considerar el medio ecológico demasiado hostil para el desarrollo urbano. Esta
idea —reflejo del sesgo ambiental determinista— ha sido progresivamente
cuestionada a partir de nuevas evidencias, como las geoglifos visibles
desde el aire, la presencia de redes de caminos interconectados, y las ya
mencionadas terra preta.
La narrativa
occidental sobre Z, iniciada con Fawcett y amplificada por escritores y
periodistas, ha contribuido a reconfigurar estos elementos en una forma
narrativa propia del mito fundacional europeo: el héroe blanco que se interna
en lo desconocido en busca de sabiduría, riquezas o redención. Esta estructura
narrativa no solo eclipsa las voces locales, sino que reinterpreta los relatos
indígenas desde una lente exógena, muchas veces distorsionante.
En este
entrelazamiento, la ciudad de Z se convierte en un símbolo híbrido: nace del
imaginario indígena, es reinterpretada por la arqueología y reconfigurada por
la literatura de aventuras y los medios occidentales. La línea entre mito y
evidencia no desaparece, pero se vuelve más difusa. Comprender esta interacción
implica reconocer que los mitos no son lo opuesto a la verdad, sino una forma
distinta —y a menudo complementaria— de construir sentido sobre el pasado y el
territorio.
3. Viabilidad
científica de la existencia de una civilización compleja en la Amazonía
precolombina: análisis de la terra preta y hallazgos arqueológicos
mediante tecnología LIDAR
Durante gran
parte del siglo XX, la selva amazónica fue considerada por la arqueología
convencional como un entorno hostil para el desarrollo de civilizaciones
complejas. Esta percepción se basaba en un paradigma ecológico según el cual la
escasa fertilidad de los suelos amazónicos y la humedad constante
imposibilitaban una agricultura intensiva y, por ende, asentamientos humanos
permanentes de gran escala. Sin embargo, avances recientes han desafiado
profundamente este modelo, abriendo nuevas posibilidades sobre la viabilidad de
una ciudad como Z.
Uno de los
hallazgos más revolucionarios en este sentido es la existencia de la terra
preta (literalmente “tierra negra”), un tipo de suelo antropogénico
distribuido en vastas zonas del Amazonas, especialmente en Brasil. Se trata de
una tierra extremadamente fértil, creada artificialmente por comunidades
indígenas a través de la acumulación controlada de carbón vegetal, residuos
orgánicos, fragmentos de cerámica y ceniza. A diferencia del suelo amazónico
natural (pobre en nutrientes), la terra preta mantiene su fertilidad
durante siglos y permite cultivos sostenidos, lo cual indica un conocimiento
avanzado de gestión ambiental y agricultura por parte de las poblaciones
precolombinas.
Estos suelos no
solo demuestran una capacidad tecnológica sofisticada, sino que también
implican la existencia de sociedades sedentarias con una estructura
organizativa capaz de sostener proyectos agrícolas a largo plazo. La
distribución de la terra preta sugiere además redes de ocupación densa
en áreas que durante siglos se consideraron prácticamente deshabitadas.
A esta
evidencia se suman los resultados de las exploraciones arqueológicas con
tecnología LIDAR (Light Detection and Ranging), que han permitido identificar,
bajo la densa vegetación de la selva, estructuras geométricas artificiales de
gran tamaño, redes de caminos, plataformas ceremoniales, sistemas de drenaje y
hasta posibles complejos urbanos. En países como Brasil, Bolivia y Perú, el uso
del LIDAR ha revelado patrones de asentamiento que, por su escala y
complejidad, contradicen la idea de sociedades exclusivamente nómadas o
dispersas.
La combinación
de estas evidencias sugiere que, en efecto, la Amazonía pudo albergar
civilizaciones densamente pobladas, organizadas en sistemas urbanos adaptados
al entorno selvático. Esto no significa que la ciudad de Z existiera tal como
la imaginó Fawcett, pero sí que su hipótesis general —la existencia de una
cultura compleja, oculta por el prejuicio académico y la espesura del bosque—
resulta hoy científicamente plausible.
Así, lo que
durante décadas fue considerado mito o especulación comienza a adquirir un
sustento empírico. La selva amazónica, lejos de ser un espacio vacío y salvaje,
aparece cada vez más como el escenario de una historia aún no completamente
contada, donde lo legendario y lo científico se entrelazan.
La ciudad
perdida de Z no es un caso aislado en la historia de las civilizaciones
imaginadas. Forma parte de una tradición de mitos geográficos que incluye
nombres tan emblemáticos como El Dorado, la Atlántida o Cíbola, todas ellas
representaciones de civilizaciones ocultas, perdidas o destruidas, que han
motivado exploraciones, inspiraciones filosóficas y apropiaciones culturales.
Estas leyendas funcionan como estructuras narrativas que condensan deseos,
temores y aspiraciones de las culturas que las generan y las difunden.
El Dorado, por ejemplo, surge en el contexto de
la colonización europea de América como un símbolo de riqueza ilimitada. Lo que
comenzó como un ritual muisca, en el que un jefe cubierto de polvo de oro se
sumergía en la laguna de Guatavita, fue reinterpretado por los conquistadores
como una ciudad entera hecha de oro. La obsesión por encontrar El Dorado
justificó exploraciones, saqueos y campañas militares a lo largo del
continente. En este caso, el mito funcionó como legitimación del expansionismo
colonial y como proyección de la avaricia europea.
La Atlántida, en cambio, tiene raíces filosóficas en
los diálogos de Platón, donde aparece como una civilización poderosa que
desaparece por su arrogancia moral y corrupción. Su reinterpretación moderna,
sin embargo, la ha convertido en una metáfora de sabiduría perdida o incluso en
un paradigma tecnológico ancestral que algunos relacionan —sin pruebas
concluyentes— con civilizaciones avanzadas anteriores a la historia conocida.
Aquí el mito opera como una crítica moral y una nostalgia por una edad de oro
supuestamente olvidada.
Z comparte con
ambas ciudades legendarias la condición de “territorio perdido”, cuya búsqueda
implica una promesa de revelación. Pero su localización en la Amazonía y su
asociación con un explorador moderno como Fawcett la sitúan en una categoría
distinta: Z es una leyenda mestiza, nutrida de relatos indígenas, documentos
coloniales, ciencia moderna y ficción occidental. No es tanto una ciudad de oro
o una civilización moralizante, sino una intersección entre conocimiento negado
y deseo de redención histórica.
En este
contexto, los mitos geográficos como Z, El Dorado o la Atlántida cumplen una
función simbólica profunda: ofrecen un espacio narrativo donde se proyectan
utopías, se reescriben fracasos civilizatorios y se negocian identidades
culturales. Representan tanto una búsqueda de sentido como una forma de
dominación simbólica sobre territorios y pasados que Occidente no termina de
comprender ni de aceptar plenamente.
5. Impacto
de las expediciones occidentales en comunidades indígenas amazónicas:
¿exploración o invasión? El caso Fawcett como punto de partida
La historia de
las exploraciones occidentales en la Amazonía está marcada por una ambivalencia
fundamental: por un lado, el deseo de descubrimiento, conocimiento y
cartografía del territorio; por otro, una constante negación o
instrumentalización de las poblaciones indígenas que lo habitan. El caso de
Percy Fawcett es paradigmático para examinar esta tensión, ya que su figura
combina un aparente respeto hacia las culturas nativas con la lógica subyacente
de una presencia exterior que interpreta, clasifica y se adentra en territorios
ajenos bajo sus propios términos epistemológicos.
Fawcett fue, en
efecto, atípico entre sus contemporáneos: evitaba portar armas, rechazaba el
uso de la violencia contra indígenas y creía firmemente en su inteligencia y
capacidad cultural. Sin embargo, su visión seguía inscrita en una narrativa
eurocéntrica donde las culturas amazónicas eran vistas como portadoras de
secretos que solo podían ser revelados y comprendidos a través del esfuerzo y
la validación del explorador occidental. Esta actitud, aunque más humanista que
la de muchos otros colonos o misioneros, no escapa a las lógicas coloniales de
apropiación simbólica del “otro”.
Las
expediciones como la de Fawcett tuvieron, además, un impacto real sobre las
comunidades locales, muchas veces invisibilizado en los relatos heroicos de la
exploración. La presencia de grupos extranjeros implicaba alteración de rutas
tradicionales, introducción de enfermedades, modificación de relaciones Inter
tribales e incluso desplazamiento forzado. En otras ocasiones, los exploradores
utilizaron intermediarios indígenas como guías, intérpretes o porteadores,
colocándolos en una situación ambigua entre colaboración y subordinación.
Desde una
mirada contemporánea, se reconoce que el Amazonas no era un “vacío geográfico”
a ser conquistado, sino un espacio culturalmente denso, habitado por pueblos
con sistemas complejos de organización social, navegación, agricultura y
cosmología. La imposición de una narrativa que convierte a estos territorios en
“inexplorados” y sus culturas en “primitivas” revela una estrategia discursiva
que legitima la intervención occidental bajo el pretexto del descubrimiento o
la ciencia.
Así, la figura
del explorador romántico —que Fawcett encarna con fuerza— debe ser
recontextualizada. La frontera entre exploración y invasión no siempre es
clara, pero resulta fundamental incorporar la perspectiva de los pueblos
afectados por estas expediciones. La historia de Z, como otras tantas, debe
contarse también desde las voces que han sido históricamente silenciadas o
reducidas a notas de pie de página.
6. El papel
de los medios de comunicación y el cine en la perpetuación o distorsión de la
leyenda de la ciudad perdida de Z
La leyenda de
la ciudad perdida de Z no solo ha perdurado gracias a las crónicas de
exploradores o a la especulación académica, sino que ha sido activamente
moldeada por los medios de comunicación y, más recientemente, por la industria
cinematográfica. A través de estos canales, la figura de Percy Fawcett y la
búsqueda de Z han sido resignificadas como una narrativa épica, cargada de
misterio, heroísmo y exotismo, que muchas veces desvirtúa la complejidad
histórica y cultural del contexto amazónico.
Desde los
primeros reportajes en prensa durante las expediciones de Fawcett, los
periódicos británicos y norteamericanos ya explotaban el carácter enigmático de
su misión. Las notas no solo informaban, sino que construían al personaje del
“último explorador” y a la selva como un espacio salvaje, virgen y cargado de
secretos ancestrales. La desaparición de Fawcett y su hijo en 1925 añadió un
componente trágico y mítico a la historia, reforzando su atractivo mediático.
En el siglo
XXI, esta narrativa ha sido revitalizada por el cine y la literatura. Un
ejemplo destacado es la película The Lost City of Z (2016), dirigida por
James Gray y basada en el libro homónimo del periodista David Grann. Si bien la
obra cinematográfica busca retratar a Fawcett con cierta fidelidad histórica y
profundidad psicológica, también reproduce algunos de los esquemas clásicos del
“viaje del héroe”, colocando al personaje occidental como centro del relato y
dejando en segundo plano a los pueblos indígenas y sus saberes.
Los medios han
contribuido también a difundir teorías pseudocientíficas o especulativas,
vinculando a Z con civilizaciones como la Atlántida, con seres extraterrestres
o con conocimientos ocultos, lo cual ha generado una proliferación de
contenidos sensacionalistas que oscurecen el debate académico. En estos
discursos, la ciudad de Z se convierte en un símbolo maleable, útil para
proyectar anhelos colectivos, conspiraciones o ideales de trascendencia.
Sin embargo,
también han surgido voces críticas en los medios independientes, documentales y
producciones académicas audiovisuales que buscan reequilibrar la narrativa.
Estas nuevas representaciones intentan dar mayor protagonismo a las
perspectivas indígenas, destacar la relevancia de los hallazgos científicos en
la región y cuestionar el legado simbólico del colonialismo explorador.
En definitiva,
los medios de comunicación y el cine han sido agentes fundamentales en la
construcción de Z como mito moderno. Han popularizado la historia, pero también
la han simplificado o desvirtuado. Comprender esta mediación es clave para
discernir entre el relato construido y la realidad histórica, y para abrir
espacio a narrativas más inclusivas y complejas sobre la Amazonía y su pasado.
Conclusión
La leyenda de
la ciudad perdida de Z representa mucho más que la historia de una expedición
fallida en la Amazonía. Es un nodo simbólico en el que confluyen exploración
científica, imaginario colonial, cosmovisiones indígenas, avances arqueológicos
y narrativas mediáticas. A lo largo del siglo XX y hasta hoy, Z ha encarnado
distintas funciones: desde promesa de redención civilizatoria hasta metáfora de
lo desconocido que resiste la dominación epistemológica occidental.
La figura de
Percy Fawcett, con sus contradicciones y ambiciones, refleja fielmente las
tensiones de su época: un científico que buscaba con brújula en mano y al mismo
tiempo soñaba con verdades ocultas; un hombre que admiraba a los pueblos
indígenas pero concebía su cultura como un enigma a desentrañar. Su obsesión
con Z no fue solo una empresa de descubrimiento geográfico, sino una cruzada
ideológica que revela los límites del pensamiento colonial en su fase
crepuscular.
Hoy, gracias a
tecnologías como el LIDAR y a la reinterpretación de evidencias como la terra
preta, sabemos que la Amazonía no fue un vacío civilizatorio, sino el hogar
de pueblos organizados y creativos que adaptaron el entorno sin destruirlo.
Esto obliga a reescribir los mapas mentales con los que durante siglos se ha
representado esta región, y a devolver centralidad a voces históricamente
ignoradas.
Finalmente, la
persistencia del mito en los medios y el cine contemporáneos muestra que la
necesidad de imaginar “ciudades perdidas” sigue vigente. Tal vez porque aún
buscamos, en algún lugar remoto o enterrado, una forma de reconciliarnos con lo
que la historia oficial no supo ver: que los saberes no siempre viajan desde el
centro hacia la periferia, y que la selva —como la memoria— también conserva
sus propias formas de civilización.
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